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Milagros y profecías (página 2)



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Razonamiento
sobre milagros

Razonamiento. El razonamiento común,
útil y necesario para el análisis de los milagros,
se deriva del testimonio de las personas y del relato de testigos
presenciales o espectadores. Nuestra seguridad, en cualquier
argumento de esta clase, deriva de la veracidad del testimonio y
de la conformidad de los hechos con el relato de los testigos.
Nuestra confianza en la veracidad del testimonio de las personas
se basa en cualidades inherentes a la naturaleza humana,
descubiertas a través de la experiencia como: la memoria
humana, las inclinaciones a la verdad y a los actos buenos, y el
miedo a ser descubiertos en la mentira. Las personas que deliran
o son conocidas por su falsedad no tienen ningún tipo de
veracidad ante los demás.

Principios. Las máximas con las que
intentamos conducir nuestros razonamientos sobre milagros son: En
los hechos de los que no tenemos experiencia nos guiamos por
aquellos que si la tienen. Consideramos más probable lo
que es más habitual, y en oposición de argumentos,
damos preferencia al que cuente con mayor número de
experiencias. Sin embargo la mente no siempre sigue este
principio, y cuando se afirma algo absurdo y milagroso, tiende
admitir este hecho con facilidad, basándose en la misma
circunstancia que destruye toda su veracidad. La pasión de
la sorpresa, lo maravilloso de los milagros, al ser una
emoción agradable, genera una sensible tendencia a creer
en esos sucesos. Incluso aquellos que no pueden sentir este
placer de manera inmediata, ni pueden creer en los sucesos
milagrosos que se informan, disfrutan de la satisfacción
de la aceptación o del rechazo indirecto y encuentran
orgullo y placer en despertar la admiración de
otros.

Experiencia. Otra guía importante en el
razonamiento sobre milagros es la experiencia, pero ella no es
infalible y a veces nos conduce a error. A veces razonando,
conforme a la experiencia, presuponemos por ejemplo, que en
alguna semana de enero no va a llover, y llueve. Nos equivocamos,
pero no por culpa de la experiencia, porque ella nos informa
también, con un porcentaje de incertidumbre, de esta
posibilidad. En nuestro razonamiento sobre cuestiones de hechos
están presentes todos los grados de seguridad, desde una
probabilidad cero hasta una probabilidad cien o
certeza.

Evidencia. Es la certeza clara y perceptible de
algo que no permite dudar razonablemente de ello. La evidencia
que deriva de relato de testigos y testimonios de personas,
está basada en las circunstancias, la experiencia y la
observación. Su prueba, o probabilidad, depende del grado
de constancia o variabilidad de la relación entre el tipo
de relato y el hecho. Cuando la experiencia no es completamente
uniforme en ninguna de las dos posibilidades, surge una notable
contrariedad para expresar nuestros juicios y vacilamos ante los
informes. Resolvemos este problema sopesando las circunstancias
opuestas que nos causan duda e incertidumbre y nos inclinamos por
la posibilidad en que descubrimos superioridad, pero con menos
seguridad, a medida que aumenta la solidez de alguna probabilidad
antagonista.

Evidencias de los sentidos y de los testimonios
orales o escritos.
En la religión cristiana la
misión divina de Jesús se prueba por medio de las
llamadas sagradas escrituras, o tradición escrita, que se
funda solamente en el testimonio de los apóstoles. Sin
embargo la evidencia de los sentidos es mayor que la evidencia de
los testimonios orales o escritos. La evidencia de los
testimonios orales o escritos disminuye a medida que pasa de una
persona a otra y todavía más de una
generación a otra. Por tanto la evidencia de la verdad de
las religiones a medida que transcurre el tiempo va
disminuyendo.

Detalles del testimonio. La oposición
entre evidencias se ve afectada por estos detalles. Hay muchos
detalles que pueden disminuir o destruir la solidez del
testimonio. Estos se derivan del relato de las personas y lo
ponen en duda. Algunos de ellos son: contradicción, duda,
intereses, vacilación y aseveraciones violentas de los
testigos en sus testimonios.

La razón. Es la facultad humana que ordena
las ideas en la mente para deducir una consecuencia o
conclusión. La razón por la que damos
crédito a testigos e historiadores, deriva de conexiones
que percibimos entre el testimonio y el hecho, entre el testigo y
el hecho, de la conformidad que encontremos entre ellos. Pero
cuando el hecho que se narra, no ha sido directamente observado,
la experiencia nos da cierto grado de seguridad ante el hecho
anterior, que se intenta establecer y ante el testimonio de los
testigos.

Autoridad del narrador. Desde cuando vivía
el filósofo Catón ya existía el proverbio
romano: "No creería tal historia ni porque me la contara
Catón", o sea, que el carácter de increíble,
extraordinario o maravilloso de un hecho, invalida el testimonio
hasta de las autoridades más respetables que lo cuenten.
Es más fácil demostrar y convencer a las personas
de hechos posibles o naturales que conocen, o por lo menos
semejantes a ellos, de los cuales tienen experiencia constante y
uniforme.

Testimonio contra milagro. Supongamos que el
hecho que afirma el testimonio de un testigo, es de un milagro, y
que el testigo por su autoridad, conforma una prueba completa.
Como un milagro de por sí es un hecho no natural, hay que
respaldarlo con pruebas. En este caso se enfrentan entonces la
prueba del testimonio del testigo contra las pruebas del milagro.
La más solida prevalece pero disminuida en su solidez
proporcionalmente a la fuerza de su antagonista.

Falsedad de los milagros. Nunca en la historia se
ha producido un milagro atestiguado por un número
suficiente de personas que tuvieran, sentido común es
decir capacidad de juzgar razonablemente, educación y
conocimientos tan incuestionables, que garantizaran que no hubo
ninguna equivocación por su parte, con una integridad tan
indudable sin sospecha de intentar engañar a los
demás, y con un crédito y reputación que no
arriesgarían perder en caso de ser acusados de falsedad.
Que estos milagros ocurrieron públicamente, y en una parte
tan conocida, como para ser inevitable el descubrimiento de su
falsedad.

Imposición
de milagros

Gusto por lo asombroso. Cuando el espíritu
religioso se aúna con el gusto por lo asombroso,
desaparece el sentido común y el testimonio humano, en
estas circunstancias, pierde toda pretensión de veracidad.
Con qué avidez se acogen los relatos milagrosos de los
viajeros, de sus aventuras maravillosas, sus descripciones de
monstruos de tierra y mar, de extraños hombres y de rudas
costumbres.

Buenas intenciones de beatos. Los beatos se
entusiasman e imaginan ver cosas no reales, y aunque sus relatos
sean falsos perseveran en ellos, con las mejores intenciones de
promover causas sagradas. Su vanidad e interés religiosos
son azuzados por una tentación poderosa de actuar
más eficazmente que el resto de las personas. Sus oyentes
generalmente carecen del juicio suficiente para criticar sus
testimonios y aunque cuenten con alguna capacidad para cuestionar
estos temas sublimes y milagrosos renuncian a ella, ante la
pasión y encendida imaginación que les despiertan e
impide que su mente y juicio funcionen regularmente. Su
credulidad aumenta la osadía del orador y ésta a su
vez la credulidad de sus oyentes.

La elocuencia. La elocuencia cuando alcanza gran
intensidad, deja poco espacio a la razón, o a la
reflexión, subyuga el entendimiento, cautiva al oyente y
se vuelca enteramente a la fantasía y a las emociones. Lo
que Demóstenes despertaba en el público griego, y
Tulio en el romano, lo consiguen predicadores o docentes
itinerantes o permanentes, con la mayoría de las personas,
y en mayor grado, al tocar pasiones burdas y vulgares.

Difusión de información. Contar una
noticia interesante, ser el primero en relatarla, propagarla, es
decir, difundir información, causa placer a muchas
personas. Por esta razón ninguna persona sensata presta
atención a los relatos hasta no confirmarlos con una
evidencia mayor. Esta pasión y otras más fuertes
inducen a gran número de personas a creer y a contar, cada
vez con mayor vehemencia y seguridad, milagros religiosos. Aunque
numerosos milagros, profecías y sucesos sobrenaturales han
sido comprobados como falsos, por absurdos o por evidencias
contrarias, se siguen inventando y propagando. Esta es una prueba
de la fuerte propensión de los seres humanos a lo
extraordinario y maravilloso y de poca atención a la
sospecha que generan relatos de este tipo. Esta es nuestra manera
de pensar, incluso cuando se trata de hechos más comunes y
creíbles. Por ejemplo no hay ningún tipo de relato
que tenga tanto éxito y se extienda tan rápido,
especialmente en lugares rurales o pueblos provinciales, que el
encuentro de una pareja a solas. El vecindario entero
inmediatamente propaga relatos que los une
afectivamente.

Relatos de pueblos primitivos. Los relatos
sobrenaturales y milagrosos abundan entre los pueblos ignorantes.
Los que aun son admitidos en pueblos civilizados provienen de
pueblos ignorantes. Permanecen por el respaldo de autoridades
religiosas que los acompañan. Cuando se estudia la
historia de estos pueblos primitivos, su escenario nos parece
incoherente y todo funciona de manera distinta a lo actual. Las
batallas, las revoluciones, las pestes, el hambre y la muerte
fueron efectos de causas sobrenaturales, no naturales. Los
prodigios, las profecías, los oráculos y los
juicios oscurecen las causas naturales de los sucesos. Pero
conforme avanzamos a las épocas ilustradas, aprendemos que
no hay causas misteriosas ni sobrenaturales y que aquellas
explicaciones sobrenaturales, provienen de la propensión
habitual de los seres humanos hacia lo maravilloso. Y que aunque
esta inclinación pueda ser frenada por el sentido
común y el conocimiento, nunca podrá ser extirpada
completamente de la naturaleza humana.

Refutación
de milagros

Los milagros se convierten en mentiras. A algunos
lectores, al estudiar las maravillosas historias de los milagros,
les resulta raro que tales prodigios dejaran de ocurrir en
nuestros días. Lo contrario sucede con los que aceptan que
las personas han mentido, mienten y mentirán en todas las
épocas. No olvidemos que una chispa diminuta puede
provocar el mayor incendio cuando entra en contacto con
materiales inflamables. Todo lo que trata de confirmar la
superstición, o lo que crea asombro, es recibido
ávidamente y sin examen por el pueblo ignorante. Muchos
relatos maravillosos, despreciados por sabios y juiciosos y hasta
por el mismo vulgo, siguen siendo contados con pasión por
muchos de nuestros contemporáneos. Esas celebres mentiras
sobre prodigios maravillosos, que alguna vez fueron ampliamente
aceptadas, se convirtieron también en mentiras
prodigiosas.

Selección de escenarios. Los falsos y
famosos profetas escogen como primer escenario para imponer sus
engaños, lugares donde la gente es extremadamente
ignorante y estúpida, dispuesta a aceptar sin resistencia
hasta el peor de los embustes. Son personas tan débiles y
sin oportunidad de recibir mejor información, que no
piensan que estas invenciones no merecen la pena ser
escuchados.

Procedimiento. Con historias magnificadas en un
cúmulo de circunstancias convencen a muchos ignorantes, y
pasan a reclutar devotos entre personas de más alto rango
y distinción. Han llegado a convencer hasta reyes y
emperadores, que emprenden acciones militares en base a sus
falsas profecías.

Difusión. Los ignorantes se convierten en
aplicados propagandistas del engaño. Los sabios y los
cultos, en general, se contentan con burlarse de estos absurdos,
que no necesitan hechos concretos para ser refutados con
claridad.

Arraigo de engaños. Ocurre no con mucha
frecuencia que un engaño burdo se imponga sobre una
mayoría. Hay más posibilidades de arraigar una
impostura cuando la gente es más ignorante y en lugares
remotos, donde las personas no tienen suficiente autoridad para
contradecir o refutar el engaño. Los más ignorantes
y rudos divulgan la noticia, ya que la inclinación de las
personas hacia lo maravilloso tiene una gran oportunidad de
manifestarse. Historias completamente desacreditadas, en el lugar
donde surgieron, pueden pasar por ciertas a millas de distancia,
especialmente cuando son expuestas por personas de alta autoridad
y con toda la fuerza de la razón y elocuencia.
Afortunadamente no es frecuente encontrar emporios del saber
dispuestos a difundir e imponer estos engaños.

Falsedad del milagro por falsedad del testimonio.
El crédito de los testigos que cuentan un milagro queda
disminuido con el testimonio de otros testigos que afirman lo
mismo, pero que estaban a cientos de kilómetros de
distancia, en el mismo instante en que se dice, sucedió el
milagro. Cuando no existe aunque sea un testimonio que se oponga
al de un número grande de testigos, la veracidad de los
prodigios queda debilitada. La falsedad del milagro destruye el
crédito del testimonio y el testimonio se destruye a
sí mismo. Cualquier milagro falso de una religión
tiene la fuerza para destruir un milagro de otra religión
y su sistema. Al destruir la veracidad de un testimonio se
destruye el crédito del milagro y el sistema religioso que
se basa en él.

Rechazo de milagros de una religión por
otra
. Todos los milagros de una religión son
rechazados por las otras religiones, y las evidencias de la
falsedad de estos prodigios sirven también como evidencias
de falsedad de los milagros de otras religiones. De acuerdo con
este método, debemos, por ejemplo considerar un milagro
mahometano, con la autoridad y seguridad que emana cuando es
analizado por un católico o un budista, aunque tenga como
garantía el testimonio de millones de musulmanes. Los
testimonios de un milagro de una religión no son aceptados
en otra religión, y al no serlo destruyen los soportes de
esa religión. Los milagros aunque jamás pueden ser
demostrados, se aceptan como fundamento de sistemas religiosos. Y
como prueba de los milagros, o sea, de las violaciones del curso
habitual de la naturaleza, se aceptan los testimonios
humanos.

Sesgos en los testimonios. La fuerza y veracidad
de los testimonios humanos dependen de cada caso. Los
historiadores adscriben ventajas en las batallas a las facciones
de su bando. Lo mismo sucede con las batallas entre gobernantes y
opositores narradas por partidarios u opositores. La
narración de los milagros, depende de la ubicación
del monje o historiador. Pensemos en un monje budista narrando
los milagros de Jesús, o un moje cristiano contando los
milagros de Buda.

Sesgos de los narradores. Los escritores o
narradores confieren mayor importancia a lo que favorece sus
pasiones, como engrandecimiento de sí mismos, de sus
familias, de sus países, de sus creencias. También
a lo que surge de sus inclinaciones y propensiones naturales.
Cuando una persona, llevada por su vanidad o imaginación
calurienta, primero se convence y luego cae en el engaño,
no tendrá después escrúpulos en utilizar
fraudes piadosos para avalar esta causa como sagrada o meritoria.
¿Qué mayor tentación que presentarse como
embajador, misionero o profeta del cielo?. ¿Quién
no afronta peligros y dificultades para lograr estatus tan
sublimes?.

Manejo de testimonios de milagros. Cuando los
relatos de milagros se divulgan, los debemos juzgar conforme a la
experiencia y a la observación, y los debemos explicar con
los principios naturales y los conocidos de credulidad y
engaño, sin permitir ninguna violación milagrosa de
las leyes naturales. Innumerables historias de este tipo han sido
denunciadas y rechazadas a lo largo del tiempo. Muchas otras han
sido llamativas durante cierto tiempo y luego olvidadas o
desacreditadas.

Falsedad de las religiones. Como las religiones
están basadas sobre la fe y no sobre la razón, un
método seguro para probar la falsedad de sus fundamentos
es someterlas a un juicio, siguiendo los principios de la
razón humana. Como ejemplo examinemos los milagros que
aparecen en el Pentateuco. Al usar la razón humana tenemos
que aceptar los relatos no como la palabra o testimonio de un
dios, sino como la producción de un escritor o historiador
humano. El escritor del libro nos presenta un pueblo
bárbaro e ignorante, mucho más después de
que sucedieron los hechos que relata. Estos hechos no son
corroborados con testimonios confirmados. Son relatos fabulosos,
prodigios y milagros con que se intenta enaltecer el origen e
historia de un pueblo. Retrata un mundo y una humanidad
completamente diferentes a los actuales. Habla de la
pérdida de la condición humana inicial, de la
destrucción del mundo por un diluvio, de la
elección de un pueblo como el favorito del cielo, de su
liberación de la esclavitud por prodigios asombrosos e
inimaginables.

Al avalar estos testimonios por los métodos
expuestos para probar su veracidad o falsedad, se comprueba que
la falsedad del relato es más extraordinaria y milagrosa
que la de los milagros que relata.

Dificultades en
las denuncias

Distancia. Hay dificultades para denunciar alguna
falsedad de cualquier historia privada o incluso pública
en el lugar donde supuestamente ha ocurrido. Estas dificultades
crecen a medida que la escena se aleja en distancia.

Autocontrol. Estos asuntos tampoco se resuelven
por el altercado, el debate o los rumores fugitivos,
especialmente cuando las pasiones humanas están
involucradas a favor de ambas partes.

Tiempo. Cuando se trata de acciones recientes,
hasta los tribunales de justicia con toda la autoridad,
precisión y juicio que pueden emplear, se encuentran a
menudo confundidos, cuando se trata de distinguir entre verdad y
falsedad.

Descuido. En la infancia de las religiones, los
fundadores promueven la superstición y los milagros. Pero
luego cuando sus sabios y filósofos intentan denunciar el
engaño, para sacar a la multitud de la impostura, los
documentos y testigos, que podrían aclarar el asunto, han
desaparecido irremediablemente.

Pruebas. Los únicos medios para demostrar
la falsedad de los milagros son los testimonios de los narradores
y aunque estos sean suficientes para jueces y sabios, a menudo es
un procedimiento incompresible para el vulgo.

Insuficiencia de los testimonios. Ningún
testimonio humano puede tener tanta solidez como para comprobar
un milagro, más cuando éste se convierte en
fundamento de un sistema religioso. No ha habido jamás un
testimonio, ni un milagro, que hayan llegado a constituirse en
una probabilidad y mucho menos en certeza. El testimonio que
trata de probar un milagro siempre se opone al hecho natural. El
hecho natural es que, por ejemplo, untar saliva en los ojos de
los invidentes, no le recupera la visión.

Aporte de la experiencia. Solo la experiencia
confiere veracidad al testimonio humano y seguridad a las leyes
naturales. Cuando nos encontramos frente a dos hechos contrarios,
debemos controlar las experiencias respectivas, y decidirnos por
el hecho con mayor experiencia. Por ejemplo, cuántos
ciegos han vuelto a ver al untarles saliva en los ojos y
cuántos no?.

Indemostrabilidad de los milagros. Supongamos que
todas las autoridades del mundo se pusieran de acuerdo y
publicaran la información de que en los primeros ocho
días del año 1600 hubo oscuridad completa sobre
todo el planeta. Aunque sea imposible encontrar algo semejante en
todos los anales de la historia. Y que la noticia de este
extraordinario suceso despertara fuertemente la atención
entre la gente. Supongamos que todos los viajeros a distintas
partes regresaran con relatos del mismo suceso sin
variación ni contradicción alguna. Es evidente que
los filósofos y científicos actuales, no
dudarían del hecho, por el contrario, lo tomarían
por cierto y buscarían las causas que originaron tal
suceso y que el relato de cualquier fenómeno, que
pareciera explicar aquella catástrofe sería
considerado como testimonio humano.

Bajeza, insensatez y violación de leyes
naturales
. Muchas personas se niegan a aceptar que los
sucesos extraordinarios, como los milagros, surgen por la bajeza
e insensatez de las personas y que constituyen una
violación de las leyes de la naturaleza. Supongamos por
ejemplo, que lo historiadores de Inglaterra se pusieran de
acuerdo que el primero de Enero de 1600 murió la reina
Isabel, que antes y después de su muerte, fue vista por
sus médicos y toda la corte, como era habitual y que su
sucesor fue reconocido y proclamado por el parlamento. Pero que
un mes después de ser enterrada reapareció,
asumió el trono, y gobernó a Inglaterra durante
otros tres años. Cualquier persona normal se
sorprendería ante la ocurrencia de tantas circunstancias
extrañas y estaría inclinada a no creer en este
milagroso suceso. Supondría que tanto la muerte, como las
circunstancias públicas que la siguieron no fueron reales
sino fingidas. Dado el buen juicio y sabiduría de la reina
se objetaría el escaso o nulo beneficio que se
sacaría de este artificio tan pobre y la dificultad o
imposibilidad de engañar al mundo entero.

Engaño de personas. Las personas de
cualquier época han sido engañadas por historias
ridículamente prodigiosas, donde las mismas circunstancias
son una prueba rotunda del engaño. Prueba suficiente para
que cualquier persona sensata rechace el hecho, sin ni siquiera
intentar probarlo. A las personas sensatas y racionales no les es
posible aceptar atributos y acciones de seres todopoderosos, que
violen el curso natural de la naturaleza. Esto las obliga a
comparar los casos de la violación de la verdad por
testimonios de personas, con los casos de violación de las
leyes naturales por los milagros y juzgar cual de las dos
violaciones es más verosímil y probable. Como
siempre establecen que las violaciones de la verdad son
más comunes que los testimonios de violaciones de las
leyes naturales o milagros. Esto reduce considerablemente la
veracidad de los milagros y concluye que todos deberíamos
establecer la firme resolución general de no prestar
atención a los testimonios de milagros, sea cual fuere la
engañosa pretensión que los encubre.

Medios de denuncia. Los medios para denunciar los
milagros son las propias falsedades de los testimonios de los
narradores, siempre suficientes para personas juiciosas y
sensatas, pero demasiado sutiles para ser comprendidos por el
vulgo.

Las
profecías

Definición. Todo lo que se ha dicho de los
milagros, puede aplicarse sin variación alguna a las
profecías, pues toda profecía es un verdadero
milagro. Predecir acontecimientos excede la capacidad de la
naturaleza humana. Para aceptar las profecías hay que
creer en alguna intervención sobrenatural. Utilizar una
profecía o milagro como argumento a favor de alguna
autoridad o alguna misión divinas es siempre un riesgo al
que nos exponemos.

Como la razón por sí sola no es suficiente
para convencernos de la veracidad de los milagros y de las
profecías, las personas para creer en ellos tienen que
apelar a la fe. Estas personas al aceptar los milagros y
profecías anteponen la fe a la razón y pueden
seguir creyendo en todo lo opuesto a lo natural y
habitual.

Si las religiones están basadas en milagros, las
personas razonables esperan que con alguna frecuencia, en su
religión, se produzca alguno.

Evidencia del suceso. Una persona sabia
adecúa cualquier creencia al porcentaje de probabilidad de
su evidencia. Procede con cautela, sopesa experiencias paralelas,
es decir, determina el número en que sucedió cada
una de estas experiencias y se inclina por la que esté
respaldada con mayor probabilidad. En esto consiste determinar la
probabilidad de que un hecho pueda ser creíble. La
esperanza de un hecho, condiciona el grado de seguridad con que
éste pueda suceder.

 

 

Autor:

Rafael Bolívar
Grimaldos

Partes: 1, 2
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